Comprensión lectora
Las crónicas de Narnia

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Actividades realizadas por alumnos de Beatriz Martín y José Hernández

Lee el texto propuesto con detenimiento. A continuación lee cada pregunta antes de contestar la respuesta correcta. Recuerda que cada fallo en tus intentos supone tener menor puntuación al final.

Las crónicas de Narnia I: El sobrino del mago.

Los niños estaban frente a frente, uno a cada lado del pilar en el que colgaba la campaña, temblorosa aún, aunque ya no emitía ninguna nota. De improviso escucharon un ruido quedo procedente del extremo de la habitación que seguía intacto, y se volvieron veloces como el rayo para averiguar qué era. Una de las figuras de largas vestiduras, la más alejada, la mujer que Digory consideraba tan hermosa, se alzaba en aquellos momentos de su asiento. Una vez en pie, los niños se dieron cuenta de que era aún más alta de lo que habían pensado. Y podía verse al instante al instante, no sólo por su corona y ropajes, sino por el por el centelleo de los ojos y las curvas de sus labios, que era una gran reina. La mujer paseó la mirada por la habitación y vio los destrozos y también a los niños, pero su rostro no dejaba de adivinar qué pensaba de ninguna de las dos cosas, ni si se sentía sorprendida. Se adelantó con zancadas largas y veloces.
-¿Quién me ha despertado? ¿Quién ha roto el hechizo? -preguntó.
-Creo que he sido yo -respondió Digory.
-¡Tú! -exclamó la reina, posando la mano en el hombro del niño; era una mano blanca y hermosa, pero Digory también notó que era fuerte como unas tenazas de acero-. ¿Tú? Pero si no eres más que un niño, un vulgar niño. Cualquiera puede darse cuenta a simple vista de que no posees ni una gota real o noble en las venas. ¿Cómo se ha atrevido alguien como tú a entrar en esta casa?
-Hemos venido de otro mundo; mediante la magia -dijo Polly, que pensó que ya era hora de que la reina le prestase un poco de atención a ella además de a Digory.
-¿Eso es cierto? -inquirió la mujer, sin dejar de mirar al niño y sin mirar a Polly.
-Sí -respondió él.
La reina puso la otra mano bajo la barbilla del niño y tiró de ella hacia arriba para poder contemplar mejor su rostro. Digory intentó sostenerle la mirada pero no tardó en bajar la vista. Había algo en los ojos de la mujer que lo intimidaba. Tras estudiarlo durante más de un minuto, la dama le soltó la barbilla y declaró:
-No eres mago ni tienes la marca. Debes ser sólo el sirviente de un mago. Para viajar hasta aquí has tenido que usar la magia de otro.
-La de mi tío Andrew -dijo Digory.
En aquel momento, no en la habitación misma pero procedente de un lugar muy próximo, se escuchó, primero un retumbo, luego un crujido y por fin el estruendo de la mampostería al caer; a continuación el suelo tembló.
-Este lugar es muy peligroso -indicó la reina-. Todo el palacio se está haciendo pedazos. Si no salimos de él en unos minutos quedaremos enterrados bajo las ruinas. -Lo dijo con tranquilidad de quien pregunta qué hora es-. Vamos -añadió, y tendió una mano a cada niño.
Polly, a quien la mujer no le inspiraba confianza y se sentía más bien malhumorada, no habría permitido que la tomara de la mano de haber podido evitarlo; pero aunque la mujer hablaba con calma, sus movimientos eran tan veloces como el pensamiento. Antes de que la niña supiera que le sucedía, su mano derecha había quedado atrapada en otra mano más amplia que la suya en tamaño y fuerza, y no pudo hacer nada para impedirlo.
Es una mujer terrible -pensó- tiene tanta fuerza que puede romperme el brazo de un solo movimiento. Y ahora que me ha agarrado la mano derecha no puedo alcanzar el anillo amarillo. Si intentara alargar el brazo e introducir la mano derecha en el bolsillo izquierdo me resultaría imposible intentarlo sin que ella me preguntara qué hago. Pase lo que pase no debemos permitir que conozca le existencia de los anillos. Realmente espero que Digory tenga el sentido común de mantener la boca cerrada. Ojalá pudiera hablar con él a solas.
La reina los condujo fuera de la galería de las imágenes a un largo pasillo y luego a través de un largo laberinto de vestíbulos, escaleras y patios. Una y otra vez oían cómo se desplomaban partes del enorme palacio a veces muy cerca de ellos. En una ocasión un arco enorme se precipitó con un gran estruendo al suelo apenas unos instantes después de que ellos lo hubieran cruzado. La mujer andaba rápido -los niños se veían obligados a trotar para mantenerse a su altura- pero no mostraba ningún temor. Digory pensaba: Es tan fuerte y valiente. ¡Eso es lo que yo llamo una reina! Deseo con todas mis fuerzas que nos cuente la historia de este lugar.
En realidad sí que les contó algunas cosas mientras avanzaban: Ésa es la puerta de las mazmorras, les decía, por ejemplo, o aquel pasillo conduce a las principales cámaras de tortura. Llegaron por fin al vestíbulo mucho más grande y soberbio que ninguno de los otros que ya habían visto. A juzgar por el tamaño, Digory se dijo que debían estar llegando por fin a la entrada principal. En eso no se equivocaba.