FERNANDO.- No. Te lo suplico. No te marches. Es preciso que me oigas... y que me creas. Ven. (La lleva al primer peldaño.) Como entonces. (Con un ligero forcejeo la contra la pared y se sienta a su lado. Le quita la lechera y la deja junto a él. Le coge una mano.)
CARMINA.-¡Si nos ven!
FERNANDO.- ¡Qué nos importa! Carmina, por favor, créeme. No sin ti. Estoy desesperado. Me ahoga la ordinariez que nos rodea. Necesito que me quieras y que me consueles. Si no me ayudas no adelante.
CARMINA.-¿Por qué no se lo pides a Elvira? (Pausa. Él la mira, excitado, alegre.)
FERNANDO.- ¡Me quieres! ¡Lo sabía! ¡! (Le levanta la cabeza. Ella sonríe involuntariamente.) ¡Carmina, mi Carmina! (, pero ella le detiene.)
CARMINA.- ¿Y Elvira?
FERNANDO.- ¡La detesto! con su dinero. ¡No la !
CARMINA.- (Con una risita.) ¡Yo tampoco! (Ríen felices.)
FERNANDO.- Ahora yo: ¿Y Urbano?
CARMINA.- ¡Es un buen chico! ¡Estoy loca por él! (Fernando se enfurruña.) ¡Tonto!
FERNANDO.- (Abrazándola por el talle.) Carmina, desde mañana de firme por ti. de esta pobreza, de este sucio ambiente. Salir y sacarte a ti. Dejar para siempre los chismorreos, las broncas entre vecinos... Acabar con la angustia del dinero escaso, de los favores que abochornan como una bofetada, de los padres que nos abruman con su torpeza y su cariño servil, irracional...
CARMINA.- (Reprensiva.) ¡Fernando!
FERNANDO.- Sí. Acabar con todo esto. ¡Ayúdame tú! Escucha: mucho, ¿sabes? Mucho. Primero me haré delineante. ¡Eso es fácil! En un año... Como para entonces ya ganaré bastante, estudiaré para aparejador. Tres años. Dentro de cuatro años seré un aparejador solicitado por todos los arquitectos. Ganaré mucho dinero. Por entonces tú serás ya mi mujercita, y viviremos en otro barrio, en un pisito limpio y tranquilo. Yo . ¿Quién sabe? Puede que entonces me haga ingeniero. Y como una cosa no es incompatible con la otra, publicaré un libro de poesías, un libro que tendrá mucho éxito...
CARMINA.- (Que le ha escuchado extasiada.) ¡Qué felices seremos!
FERNANDO.- ¡Carmina! (Se inclina para besarla y da un golpe con el pie a la lechera, que se derrama estrepitosamente. Temblorosos, se levantan los dos y miran, asombrados, la gran mancha en el suelo.)
Antonio Buero Vallejo, Historia de una escalera